La Ley del Talión: Una mirada cristiana al “ojo por ojo, diente por diente”


La frase resuena con fuerza, como un eco de justicia antigua: “Ojo por ojo, diente por diente.” Durante siglos, ha sido interpretada como licencia para devolver golpe por golpe, herida por herida. Pero… ¿es eso lo que Dios desea de nosotros?

La ley del talión aparece en el Antiguo Testamento como una norma para limitar la venganza desmedida. En su contexto original, no era un permiso para vengarse, sino un freno a la violencia: si alguien te quitaba un ojo, no podías quitarle la vida. Había proporción, no exceso.

Pero Jesús… como siempre, vino a mostrarnos un camino más alto.
Uno que no solo cumple la ley, sino que la trasciende por amor.

“Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo. Antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra.”
—Mateo 5:38-39

Aquí no hay pasividad. Hay revolución. Jesús no nos llama a ser víctimas silenciosas, sino a desarmar al agresor con un acto radical de no violencia. A detener la cadena del odio devolviendo paz. A no reaccionar con la misma moneda, sino con una que viene del cielo: el perdón.

Y esto no es fácil.

Cuando nos hieren, cuando nos traicionan, cuando nos roban… todo en nuestra carne clama por justicia. Pero el Espíritu nos susurra: bendice, perdona, suelta. Porque el que más ama… es el más libre.

Perdonar no es negar el dolor. Es reconocerlo, atravesarlo… y entregarlo. Es decir: “No dejaré que tu ofensa me transforme en alguien que no soy.”
Y eso es fuerza, no debilidad.

El mismo Jesús —inocente, clavado en una cruz— pudo haber pedido justicia inmediata. Pero eligió otra respuesta:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.”

¿Y nosotros?
¿Cómo respondemos al golpe, al desprecio, a la injusticia?

Tal vez hoy sea un buen momento para soltar el deseo de venganza. Para dejar que la misericordia tome el lugar del rencor. Para permitir que la gracia interrumpa el ciclo del “talión” en nuestras relaciones, familias y corazones.

Porque el Reino de Dios no se edifica con espada… se edifica con amor.


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